Noviembre

Las dos de la mañana. No consigo dormir. Tiro de teléfono. Entretenimiento en redes sociales. Accedo a una de ellas que uso ya muy rara vez, por distraerme, por ver si el sueño llega de algún modo. Voy a recuerdos y lo que veo me parte por la mitad. Me invitan a celebrar años de amistad con alguien que se ha ido hace poco. Ojalá pudiera…

Noviembre fue un mes extraño. Una noche, sin querer, me llega la triste noticia de la pérdida de alguien que amaba la vida y lograba que amases la vida. Era el pegamento de un grupo dispar que compartía afición. Hay personas que hacen que todo fluya, que dentro del desorden todo esté en orden. O como debe estar. Y que priorices lo correcto. Las risas, los abrazos, la paz. Quiero pensar que, cuando toda esa gente que lo rodeaba nos reunamos, mantendremos ese espíritu tan suyo. Y bromeemos. Y compartamos. Y recordemos. Y soñemos…

La semana siguiente mi perra me da un aviso. No estoy en casa. Sí mi hermano, que se encarga de ella. Acudo a la clínica veterinaria donde me confirman que todo queda en un susto. Más medicación, pienso. Pero al cabo de unos días corre como siempre. El peaje es correcto si sigue teniendo calidad de vida. La que sea que le quede.

Me atrevo a abrirme como hacía tiempo y le digo a alguien que me ha traspasado poco a poco, sin darme yo cuenta. Tiemblan las montañas y se me abre el suelo. Caigo. Ya ha pasado antes, pero no así. Conciencia plena de lo que quiero en la vida, de qué y quiénes deseo en mi camino. La comodidad y serenidad que un alma aporta puede hacer que te replantees todo y que te asomes al abismo, a pesar de que hayas evitado las alturas durante lustros. Vértigo. Peligro. Daño. Pero menos mal. Sigo vivo y sigo sintiendo. Incluso de aquella manera que había enterrado.

Podría creer que ha sido un mes de mierda, seamos claros. Tengo tres motivos que valen por mil de los habituales. O más. Pero ya estamos en otro. Y vendrán más. Y después más todavía.

Repaso. Recuerdo. Resalto.

Fueron cientos de batallas y otras tantas tardes de charlas. Aprendizaje de un gurú que no sabía que lo era. Genio sin lámpara que concedía deseos sin darse cuenta.

Fueron y siguen siendo toneladas de amor por parte de algo que piensa que soy lo más grande del mundo. Seguramente he sido su mundo todos estos años. Objetivo imposible ser lo que ella proyecta de mí. ¡Qué responsabilidad tan bonita!

Fueron días de complicidad y aire, mensajes interminables con acento mágico que me arrancaron sonrisas incluso antes de escucharlos. Ganas casi olvidadas. Ni siquiera sé explicarlo y no sé si logré hacer entender lo profundo. Hogar en alguien, aunque sin acceso a zonas privadas… Bueno, seguirá siendo, espero, al menos lo que ha sido hasta ahora. Que no es poca cosa.

La vida da para lo que da y es como es. Cada vez lo tengo más claro. Hay cosas que no elegimos y otras que nos eligen. Para lo que esperamos o para lo que no tenemos ni idea. Entiendo mejor que la mortalidad es un recordatorio. Para ser la persona que deseamos ser. Para decirles a esas que nos importan lo que son. O lo que significan. Para transitar por la existencia armados con nuestra mejor versión. Para entregarla a quienes nos rodean. No podemos controlar lo que provocaremos en otros corazones. Sólo lo que compartimos con y en ellos. Lo que sembramos, sea cual sea la cosecha. Y eso es lo que importa.

Ya lo dijo el artista: cuanto más amor das, mejor estás.

Llegan fechas de reencuentro. Así que ya saben…

Valor a las cosas buenas

Suenan las campanas de la iglesia por segunda vez en dos días. Me asomo al balcón y veo cómo la gente se amontona en la puerta de la parroquia. Otro entierro. Cierto es que en la zona en donde vivo hay mucha población mayor y supongo que es normal, pero no gusta. Regreso a la habitación. Mafalda duerme en el espacio de la cama que le corresponde, sobre su manta. Con esos diecisiete años que han pasado en un suspiro.

En las últimas semanas he sabido de la enfermedad de dos personas que en algún momento fueron relativamente cercanas a mi círculo y para una de ellas no hay esperanza. Vaya mierda, pienso. Demasiado joven. No es justo.

Pero es que la vida no va de justicia. Ojalá. Imaginen… Sería fantástica una meritocracia por comportamiento, por valores, por hábitos. Posiblemente la única manera de que el ser humano fuera bueno todo el tiempo y dejase de primar tanto el individualismo. Tal vez habría menos egoísmo y más empatía, menos avaricia y más generosidad, menos odio y más solidaridad. Hay quien sostiene aquello de “la vida colocará a tal o cual en su lugar”. O un ser superior, o el universo. O lo que toque. No lo compro, y es que luego hay gente horrible (y) nonagenaria.

Hace unos días cumplí años. De pronto son un montón. Creo (o quiero creer) que aparento menos. Porque, en realidad, es como si no los sintiera. Un día tienes veinticinco palos y de pronto treinta. Luego treinta y cinco. Y después cuarenta… Tienes los que sean. Y te preguntas que cómo es posible. Por otro lado, es bueno tenerlos. Estoy aquí. Respiro. Vivo. Siento. Y entiendo cada vez más aquello de que la edad es sólo un número.

La otra cara de la moneda es la que es. ¿Ya voy por la mitad (o más) del camino? ¿Quién le ha dado al x2 al tiempo? A mí nadie me ha consultado…

Te paras y piensas de qué va esto. Yo tengo mis ideas. Partiendo siempre de la base de que no estoy solo en este mundo y de que no soy más que nadie. De que soy un privilegiado por haber nacido un poco más al sur, pero no tan al este. Eso te toca y no hay más. Como te toca la gente a la que vas conociendo en el camino. El barrio, el colegio, el equipo en el que juegas, el trabajo… Luego ahí vas eligiendo. Y te van eligiendo. Vas descartando. Y te van descartando. Cierto es que también el campo se amplía en función de las decisiones que tomas. A veces tan simples (y en este caso que pongo como ejemplo tan importante) como si tienes o no algo peludo de cuatro patas en casa contigo.

Creo que esto va de ser buena gente. Podrá sonar buenista, pero es la realidad. Va a llegar un día en el que nos tengamos que marchar y al final se va a tratar de quién eres, no de qué tienes (o has aspirado a tener). Y va de qué has hecho con tu tiempo. O de qué vas a hacer. Va de quién está o no en tu vida. Y de qué haces al respecto. Con quién compartir…

Esta semana cambian la hora. Las tardes van a dar para menos. Además, se me están acabando las vacaciones, así que tocaba aprovechar para ir de charco (y/o playa) antes de que la noche recorte nuestras tardes. El día después de mi cumpleaños no fui solo. Fue el tercer gran momento del comienzo de mi nueva vuelta al sol.

Hay que darle el valor que merecen las cosas buenas. Entre las muchas felicitaciones hubo una que me alegró especialmente (todas me alegraron, pero ahora entenderán). A un amigo al que quiero mucho le va bien. Aprovechó el mensaje de audio para ponerme al día. Se está dando otra oportunidad en otro sitio, con otra gente. Es un tipo al que admiro, porque siempre que la vida le ha golpeado ha sabido reponerse y mostrar una mejor versión. Está haciendo algo bueno. Trabaja ayudando a quien lo necesita. Y le ha llegado alguien bueno(a). Sentí su felicidad como el primer gran regalo del día.

Lo segundo fue una tarjeta. Así de simple. Escrita por mi madre, mi padre y mis hermanos. Leí sólo buenas palabras, tanto que me desarmaron. Se suele dudar sobre qué pensarán de uno. Es algo que normalmente me da igual, pero no con mi familia. No es lo mismo que te juzgue quien no te conoce a que lo haga quien te ha acompañado mientras crecías. O alguien que te importa. Me he marcado como objetivo intentar ser merecedor de lo redactado.

El tercer gran momento que mencioné antes fue todo un día de paz. Bajarse del mundo y flotar. En el mar, en el tiempo. Sensación de estar bien todo el rato. De sanación incluso. Hacer cosas que te gustan con alguien a quien también le gustan, mola. Estar a salvo en una conversación cualquiera, mola. Reír con ganas, mola. Esa noche llegué a casa con el corazón (también el estómago) lleno.

Tengo a Mafalda roncando a mi lado ahora mismo. Con esos diecisiete años que apunté. Qué suerte haber podido disfrutarlos. Nos encontramos y me eligió. Pasar tanto con ella ha sido aprovechar el tiempo. A veces pensamos que nos queda tanto por delante… Pero la vida pasa. Las oportunidades pasan. Las personas pasan. Algunas, muy pocas, son irrepetibles. Valen demasiado. Tanto como para haber necesitado escribir hoy. Que vale, ya lo dejo.

Aunque creo que, de todos modos, yo me voy a quedar un ratito en ese mensaje de audio, en esa increíble tarjeta, en ese fantástico día. Me voy a quedar en esos ratos de felicidad, si no les importa. Hasta que visite a mi amigo, hasta que me toque a mí escribir en una tarjeta, hasta que pueda repetir un día como ese.

Que oye, mientras, haremos también otras cosas. Las que traiga la vida. Eso sí, buenas, espero.

El Efecto Miguel Ángel

Tras animarme a escribir, me senté con la idea de añadir aquí la típica introducción que precede a lo serio de la entrada de turno, pero después de varios intentos he entendido que posiblemente sobre. La idea era reflexionar acerca de lo que es verdaderamente importante en nuestras vidas y, a partir de ahí, llevar el texto al lugar donde cobra sentido. Porque lo que quiero contar tiene que ver con nuestro tiempo, con cómo lo empleamos y con quién lo compartimos. Supongo que a medida que cumplimos años vemos las cosas de otro modo. O a medida que adquirimos experiencia. O mejor, cuando aprovechamos esa experiencia y aprendemos de ella. Porque los años son sólo eso, un número, y nuestro grado de madurez no nos llega a todos y todas por igual. Como tampoco sabe cualquier persona cómo adaptarse a los tiempos o es capaz de mantener el entusiasmo por según qué cuestiones de la misma manera que podía un lustro atrás. O una década atrás.

Joder, menos mal que no iba a haber intro… Lo mejor es que me he desviado un poco ¯⁠\⁠⁠(⁠ツ⁠)⁠⁠/⁠¯

Hace pocos días, uno de mis hermanos compartió en sus historias de Instagram un post sobre cómo había evolucionado el empleo de nuestro tiempo a medida que avanzamos como sociedad. No voy a liarme con el proceso; únicamente voy a señalar que hoy en día más del sesenta por ciento de nuestra jornada estamos online. Esto quiere decir que el espacio reservado a otros asuntos ha sufrido una merma considerable. Entre ellos, los ratos que pasamos con otras personas, lo cual considero negativo.

Y para enfrentar eso hay dos caminos. El primero es el más obvio: pasar un poco más de la tecnología y hacer otro tipo de vida. Sin embargo, esto no depende exclusivamente de la persona que elija ese cambio, a no ser que te guste estar solo o sola (ojo ahí, que los momentos de soledad son necesarios, pero no hablamos de eso). La otra alternativa pasa por compartir.

Compartir tiempo…

No sé a ustedes. A mí me sucede que no me gusta compartir con cualquiera. Porque hablamos de tiempo. Nada más valioso, creo yo. Cuando una persona te dedica su tiempo o tú le entregas el tuyo, se trata de lo más preciado de lo que dispone o dispones. Lo demás es material, pero el tiempo no. Es algo superior. Y no sé, pero ya que no nos sobra, diría que lo ideal sería darle el valor correcto.

Recientemente descubrí por causalidad (me llegó como sugerencia a una de mis redes sociales) un fenómeno psicológico llamado Efecto Miguel Ángel. Yo lo veo más como una idea. Digamos que describe una situación en una relación donde cada persona ve lo mejor de la otra y trata de ayudarla a sacarlo, a mostrarlo. Si existe reciprocidad, la suma de las partes confluye para mejorar cada una por separado. La teoría continúa explicando los beneficios de una relación de pareja basada en esta premisa y vertiendo claves para reforzar el planteamiento, aunque yo quiero quedarme hoy con algo en concreto que se puede extraer de ahí, pero que no es el todo de este movimiento. Se trata la importancia de una premisa clave: buscar a personas que crean en ti, que saquen lo mejor de ti. Sea una amistad o alguien que te guste. Vale para todo. Incluso para una amistad que te guste cada vez más (lo bonitas que se vuelven algunas personas a medida que las conoces mejor, ¿verdad?).

Pienso que no nos encontramos con demasiadas personas así en la vida. De hecho, me da que no nos las encontraríamos si las buscásemos. Mi creencia es que simplemente aparecen. El día menos pensado. En el lugar más inesperado. Por eso no las detectamos. Porque no están en nuestro pensamiento, en nuestra lógica, en nuestros planes. Simplemente un día te cruzas con ella, te mira, te habla, te acompaña, te alivia… Te gana.  

La cuestión es que en nuestra vida siempre vamos a tener una red de apoyo, eso está claro. Nuestra familia y/o nuestras amistades de siempre. Van a estar ahí, seguro. Para lo que necesitemos, siempre y cuando puedan dárnoslo. Pero hay algunos trenes que pasan únicamente de cuando en cuando. Que tienen esas cosas que nadie más nos puede entregar. Estrellas que parecen fugaces. Y que pueden incluso descolocarnos… Pues son justo esas las que no deberíamos dejar que se nos escapen. Y es que a veces las perdemos por permanecer en satélites varados que tan solo aceptamos. Habitualmente por la seguridad de los lugares comunes, conocidos. Y no… Todo eso del Efecto Miguel Ángel no se va a dar ahí. Sino en el abrigo de esa(s) persona(s) diferente(s). La(s) que quiere(n) sacar lo mejor de ti y de la(s) que tú también sacas lo mejor.

La vida no vuelve

Hace unos días comentaba El Chojin en un directo de Instagram que allá por los 90 asistió a un concierto de Michael Jackson que le resultó de lo más espectacular. Yo, que casi soy de la misma quinta que el rapper y pude acudir en 1993 al que celebró en Tenerife, doy fe de ello. Jamás contemplé ni he vuelto a presenciar algo similar. Sin embargo, el propio Chojin continuaba su exposición explicando que recientemente pudo ver de nuevo, grabado, un concierto de aquella gira. Supongo que, por fechas, se refiere a la misma, el Dangerous World Tour. La sensación que le dejó esta nueva visualización fue muy distinta al recuerdo que albergaba su mente, valorando como infinitamente superior la visión que mantenía en el disco duro de su cabeza.

El Chojin manifestaba todo esto a colación de una reflexión acerca de los dispositivos móviles. La grabación jamás va a ser mejor que la experiencia en sí. Confesaba que él mismo ha sacado su teléfono para capturar momentos concretos, pero que le daba mucha tristeza ver a gente cuando él actúa más pendiente de almacenar una vivencia única que de disfrutarla. Ese instante ya no vuelve. Por mucho que quieras, ya no vas a estar dentro, no vas a sentir ese ambiente, no vas a ser partícipe. Porque ya fue. Estuviste. Pero estabas grabando, ¿recuerdas?

Pepe Mujica nos dejó hace nada. Siempre había que escucharle, porque, además de un gran político y referente, era un hombre sabio. Entre sus muchas enseñanzas nos recalcaba la importancia del tiempo y (o en) la vida. Hay que amar la vida. Pero la vida es ahora. Y la vida no es tanto lo que tienes, sino lo que sientes. El ejemplo de El Chojin es perfecto. Gastas tiempo de tu vida capturando un momento para, en el mejor de los casos (porque a veces almacenamos grabaciones para no reproducirlas nunca), emplear un tiempo que podrías dedicar a otra cosa volviendo a algo que ya no va a ser igual. Luego te pones un podcast o una serie en x2 para que te dé tiempo de hacer más cosas.

Semanas atrás asistí a unas conferencias que poco tenían que ver con esto que hablamos, pero un ponente dejó una reflexión importante, que indirectamente sí guarda relación, acerca de la inmediatez. La necesidad de querer todo ya. Lo de la serie al x2 es un ejemplo. Hay una oferta desmesurada en las diferentes plataformas y de pronto se pone de moda algo que a ti no te da tiempo de ver. Pero todo el mundo habla de ello, así que debes buscar el momento o quedarte fuera. Casi nadie se quiere quedar fuera. Por lo que te tragas algo que a lo mejor (o a lo peor, en este caso) no va contigo, pero claro, ¿de qué hablas luego si es el tema del momento? Se estrena tal película en el cine, hay partido de tu equipo, tu familia programa un almuerzo… El fin de semana no te da. Porque tienes que ver la puñetera serie de marras. Y lo que tú querías hacer, ¿qué? Y si tú prefieres ponerte a otra cosa, ¿qué? El tiempo no regresa. Y, como bien dijo Mujica, no puedes ir al supermercado a comprarlo.

La cultura de la inmediatez nos hace, en cierto modo, esclavos y esclavas. Desayunamos con el teléfono en la mano, comemos con prisa y, haciendo un juego de palabras, tragamos con todo. Aunque no tiene sentido hacer lo que otras personas esperan que hagamos y no lo que realmente deseamos hacer. La sociedad va a toda pastilla, pero para ir a ninguna parte. Y deberíamos ir a donde de verdad queremos ir.

No hace mucho tuve una conversación con alguien cercano. Cuestionaba que yo hiciera menos planes de lo que él consideraba que debía. Lo que no valoraba es que yo hago los planes que me parecen. En ese sentido, algunas personas también me han tildado de exagerado por la atención que le presto a Mafalda. Pero, ¿saben qué?, Mafalda va camino de los 17 años y no sé cuánto tiempo nos queda. No sé si han pensado que tal vez mi deseo sea acompañarla en su vejez, disfrutar de esos instantes que son ahora, no mañana. Porque mañanas ya quedan menos. Porque mañana puede no estar. Si a ti lo que te llena estar con tu perro, estás y ya, sin sentirte culpable por ello (¡estaría bueno!).

Mafalda es solo un ejemplo. Pero cada cual tendrá sus motivos, o sus motivaciones. No digo que no socialicen, únicamente que no lo hagan porque se ven forzadas o forzados. A mí me gusta ver a mis amistades. Y lo hago. Y disfruto. Sin embargo, debe ser una elección. De cada persona. De tus amigas, de tus amigos, y tu elección. Que, por cierto, también es lícito preferir no hacer algo si te vas a sentir incómoda o incómodo. Tal vez formes parte de un grupo que programa encuentros, pero en según qué momento no desees compartir con una amistad común. Y no porque no quieras a esa persona, sino porque entiendes que, para tu salud mental, es lo mejor. Simplemente pasa que a veces hay gente a la que quieres, incluso en algunos casos hasta mucho, pero por lo que sea no mezclan bien. Y ya está. Sin que haya culpables.

Así que no le des más vueltas, no te sientas responsable. Haz lo que te pida el cuerpo siempre que no perjudiques a nadie (y que sea legal, claro). No te sientas condicionada o condicionado. Pero eso sí, disfruta de lo que estás haciendo. En ese momento. Es importante. Que tu cabeza ya se encargará de guardar lo que deba y como crea que debe. Apostaría a que será de la manera más acertada, seguro.

Y oye, también cuando quieras, tómate tu tiempo. Porque tu vida es tuya.

Y la vida no vuelve.

Empatía

Estaba pensado en una conversación de no hace mucho. Una persona sacaba el asunto del lenguaje inclusivo para criticarlo, insistiendo en el viejo mantra de que, si lleva así toda la vida y es correcto, para qué se demanda tanto cambio. Es un comentario que no tendría demasiada historia de no ser por lo recurrente en diferentes esferas.

Pero este post no va de eso. O sí. Pero no sólo de…

En realidad, esto del lenguaje no es sino otra metáfora de los tiempos que vivimos. Gente a la que no le afectan las cosas se oponen a que estas puedan cambiar. Tiene sentido en el aspecto sociológico, pues mantener determinadas cuestiones beneficia a grupos concretos que creen que sus privilegios son derechos, aunque exclusivos. Pero la lógica no se sostiene cuando eres uno o una más. La ausencia de solidaridad o empatía como punta del iceberg de una sociedad demasiado individualista.

Bajo a la cafetería a comer algo a media mañana. Diviso una mesa en la que cuatro personas atienden al teléfono. Sólo interactúan para mostrar algo de la pantalla. No sé si concursan por rescatar el mejor meme. Entiendo que, como yo, están en una pausa laboral. Puede ser que no desconecten. Puede ser que desconecten de todo, incluidas las personas. La vida en torno a un dispositivo móvil. Qué ironía. Cuando este aparato estaba sujeto a un cable éramos más libres. Cuando servía únicamente para hablar, más cercanos. Recuerdo pasar horas charlando con compañeras o compañeros de clase. Hoy es impensable. Tenemos que hacer otras cosas. Tal vez más urgentes, quién sabe. Dudo que más importantes.

Para no variar, me estoy desviando. Algún día habría que hablar sobre las pantallas y las redes…

Sigamos.

El individualismo nos vuelve a su vez egoístas. Preocupados o preocupadas por nuestras causas particulares. Olvidamos el principio de la solidaridad.  Hoy todo va de sacar algo a cambio. La empatía por intereses. Incluso si pertenezco a un colectivo minoritario. Reclamo comprensión y apoyo a una sociedad sin estar dispuesto o dispuesta a respaldar otros procesos. A mí no me afecta negativamente utilizar el lenguaje inclusivo y sé que de esa manera estoy siendo solidario con otras personas. ¿Es tanto problema? Pregunto… Lo traigo a colación como el ejemplo más básico.

Yo trabajo con un colectivo cuya cultura es tradicionalmente machista, pero que también padece señalamiento por su condición. Migrantes. Sufren de racismo casi cada día y lo único que piden es que no se les discrimine. Sin embargo, a muchos les cuesta aceptar que una persona no sea hetero. Incluso alguno de ellos niega una (su) orientación sexual que no eligen, del mismo modo que no eligen nacer donde lo hicieron. Pero precisamente lo segundo condiciona lo primero. Y no son libres. Tampoco todos aceptan de buen grado las figuras de autoridad femeninas, (mal)entendiendo que para liderar está la figura del hombre. Ni que alguien no sea religioso. La cuestión es que reclaman (legítimamente) no ser un grupo estigmatizado, pero mientras tanto apuntan a otros con una problemática distinta. Ojo, que esto también sucede a la inversa.

Creo firmemente que el objetivo es ser una buena persona. Al final no se trata de quién eres y de si estás en paz sabiendo que otras personas sufren persecución por lo que son. Yo pertenezco a ese grupo privilegiado en cuanto a lo socialmente aceptado. No me van a discriminar por ser mujer, por ser negro, por ser homosexual, por ser trans, por ser musulmán o por lo que sea. Porque salvo en lo de cristiano (en líneas generales pienso lo mismo de todas las religiones), ya que soy ateo, cumplo con todo lo establecido por el sistema. Que tu casilla de salida incluya todo esto puede hacer que pases de todo, incluso sin darte cuenta. Sin embargo, también puede hacer que te preguntes por qué ocurre todo lo que ocurre y nunca (o casi) sea a ti.

Hace pocas fechas, una figura pública que influye directamente en el pensamiento de mucha gente (además joven), se congratulaba porque jueces del Tribunal Supremo del Reino Unido dictaminaron que la definición legal de mujer en la Ley de Igualdad de 2010 se refiere a una mujer biológica y un sexo biológico, no incluyendo a las mujeres trans que poseen certificados de reconocimiento de género. J.K. Rowling, creadora de la saga de Harry Potter, subía una foto a sus redes fumándose un pequeño puro a modo de celebración. Mi pregunta es: ¿qué tanto le importa que nieguen derechos a personas que no tienen nada que ver con su vida y cuyo reconocimiento no influye en su día a día? Sin embargo, con su post crea corriente de opinión y valida pensamientos arcaicos.

Yo sé que siempre que se avanza en derechos aparecen sectores reaccionarios que pretenden mantener el statu quo. El asunto trans es doloroso. Igual que otras causas. Me sorprenden que haya personas feministas (o personas que así se consideran) marcando líneas rojas en un tema tan sensible. Y es justo a lo que voy. ¿Hay causas que sí y causas que no? Hablamos de derechos, de progreso y de justicia. Si tienes ventaja, lo tuyo es privilegio.

En un mundo sin moral, en el que según dónde hayas nacido, si eres hombre o mujer, homo o hetero, blanco o negro, tu vida vale más o menos, o en el que se justifican genocidios y barbaries, lo único que nos queda es la integridad. Porque el final va a ser el mismo para todas y todos. Pero no es lo mismo morir a que te maten. No es igual ser tú (libre) a tener que ser tú solo en según qué contextos. El espacio, el momento o la compañía no debería condicionar a personas que únicamente quieren ser lo que son.

Comenzaba el post haciendo referencia al lenguaje inclusivo. Qué banalidad, dirá mucha gente. Pero tiene más importancia de la que piensan. Por ahí se empieza. Por detalles menores. Si somos capaces de entender que un pequeño gesto puede mejorar nuestro entorno, tal vez comencemos a dar los pasos correctos. A salirnos del sistema tradicional que no tiene en cuenta a minorías. Tu vida va a seguir siendo la que es. Pero las de otras personas pueden depender de cómo seas.

Sentido

No es sencillo encontrarle sentido a la vida. A medida que avanza te va pareciendo que todo cada vez va más rápido y que aquello que tenías en mente cuando eras más joven te ha salido regular. Las expectativas que te habías creado están lejos de ajustarse a tu presente. Al final has ido sobreviviendo y avanzando. Y, sin saber muy bien cómo, un buen día descubres que ya has recorrido la mitad del camino (tal vez un poco más, con suerte algo menos). Entonces echas la vista atrás y entiendes que lo que una vez imaginaste seguramente ya no va a ser. Es más, tal vez no quieres que sea.

Con suerte te has salido del pensamiento dominante y cuestionas la manera en la que funciona la sociedad. O no, dependiendo de a aspirases. Hay gente que entiende el éxito en función del dinero que tiene, de posesiones. Esa gente no suele pararse a valorar si el modo en el que no manejamos es el más adecuado, porque realmente las reglas del juego responden a esos intereses habitualmente económicos. Hay excepciones, por supuesto. Generalizar no suele ser bueno, pero como este post es mío y se trata del único espacio en el que puedo establecer las normas, vamos a hacerlo para poder llegar a donde quiero.

En algún momento soñamos con tener un Lamborghini, ser deportista de élite, cantante, astronauta o lo que sea, vivir en una mansión y todas esas gilipolleces. Nos hicieron creer también que estaba a nuestro alcance si nos esforzábamos mucho. Ya de mayores, a no ser que seamos imbéciles, tomamos consciencia de que el punto de partida importa mucho. Entonces comprendemos que hay aspectos que no van a variar jamás (y casi que mejor así). Tal vez por eso a mí me cueste mucho relacionarme según con quien.

Me estoy desviando…

La cuestión es que un día, de pronto, te sorprendes solo (o sola). Y tu conciencia viene a visitarte. Ahí descubrirás, con perspectiva, que la has cagado más de lo que te hubiera gustado, que no siempre fuiste justo (o justa) con personas que están o estuvieron, que hay asuntos que ya jamás vas a poder arreglar (esto es un asco, la verdad) y que has tomado un montón de decisiones que tu yo de hoy calificaría al menos como cuestionables. Te habrás equivocado juzgando y en último término hasta dudarás del ahora, de tu ahora. O, más bien, del por qué ese es tu ahora.

Vincent Van Gogh escribió una vez que lo que nos libera de un encierro prolongado es un afecto profundo y serio, que sólo el amor abre esa cárcel imaginaria que nos mantiene confinados. Siempre creí que se refería a la pesadumbre que nos atrapa en forma de incertidumbre, de inseguridad. De saber si estamos en el lugar correcto, en el momento correcto, haciendo lo correcto. En resumen, si hay un sentido para todo esto, como planteaba al principio.

Resulta que un día estás trabajando y un compañero te avisa. Alguien está fuera del centro y pregunta por ti. Sales del despacho, bajas la escalera y, a través de la puerta, ves la sonrisa de dos chicos de los que fuiste educador. Sales, te abrazan, te cuentan que trabajan, que han alquilado un piso y que son felices. Te agradecen, te recuerdan anécdotas y ríen contigo. Te preguntan cómo te va y qué tal son los pibes que ahora tienes asignados. Cuando se van subes las escaleras y cruzas la mirada con dos compañeros. Asienten. Saben de qué va esto. Piensas que últimamente las cosas han estado difíciles en el recurso, pero acaban de salvarte. Y, de paso, acaban de recordarte por qué haces lo que haces.

De pronto, todo cobra sentido.

Nostalgia

En el tiempo flotas, en mi tiempo. En los ratos que me quedan acordándome de ti. En las tardes que te presentas en mi recuerdo. En las noches que espero cualquier milagro por tu parte.

Me falla la memoria recordando tus caricias. Esas a las que me resistí. Durante algún tiempo hice como si nada hubiera pasado. Luego el orgullo y mi forma de entender la vida casi me hacen borrarlo todo.

Dicen que en esto de querer siempre existe admiración. Y créeme que no conozco a persona alguna con tu coraje, con tu valentía. Por eso en ocasiones regreso, aunque no te lo diga. Lo pasé bien. Y diría que tú también.

La gente habla de belleza sin saber nada de ella. Estereotipos. Creen que va de curvas. Pero va de autenticidad. La belleza puede estar en una conversación o en cómo se afronta la vida.

No sé. Supongo que a veces te echo de menos. Y que existe en mí cierta nostalgia de lo que no dejamos que pasara. Diría que te descubrí tarde. Pero no es eso. Es solo que la existencia es así.

No eres una persona más en este mundo. No lo es quien hace por mejorarlo. Quien se revela, quien rema sin viento a favor. Eso te hace única. Que no te hagan dudar jamás de ti misma.

Comienza el año y con él llegará la lluvia. No es dolor. No hubo herida. Pero hay una marca invisible que percibo cuando te noto triste. Sé que se te pasará. Siempre lo hace. Y yo seguiré con mis asuntos.

Si las circunstancias hubieran sido otras. O el momento. O lo que sea… En otro plano tal vez las cosas habrían sido de otra manera. Alguna vez las imaginé. Y me quedaba un rato allí. Por si asomabas.

Ven algún día quieres, si así lo deseas, si existe deseo. O no. Que esto va de ser feliz. E igual lo eres. Espero que sí. Aunque, por si acaso, yo estaré justo a la distancia que te permita alcanzarme si huyes de todo.

Las buenas personas

Decía un personaje de un libro de Murakami que a nadie le gusta la soledad, pero que él no estaba dispuesto a hacer amigos a cualquier precio. Creo que, a medida que vamos madurando, validamos ese pensamiento en toda clase de relaciones. Sobre todo, si sabes quererte (cuestión que requiere de un aprendizaje). Supongo que con el paso de los años no estamos dispuestos, dispuestas, a tolerar ciertas cosas, determinadas actitudes. Y esto es algo que se va extendiendo hasta reconocer una suerte de mínimo ideal que puede que tal vez (y ahí viene lo que complica todo) no se alcance.

Veo en personas cercanas el miedo a quedarse solas. Y aceptan compañías que opacan su brillo. Se adaptan. Se hacen más pequeñas. Y priorizan mantener vínculo, aun sacrificando su propia naturaleza. “Sin”, como expresión que asusta. “Sin”. Ausencia o pérdida de algo importante. Y lo asociamos con el fracaso. Siempre ante el resto. Porque, ¿acaso fracasamos si somos lo suficientemente valientes como para mantenernos firmes en nuestros principios? Se me ocurre probar a darle la vuelta. “Sin”. Sin condicionantes, sin lastres, sin cargas. Libres para avanzar, para evolucionar, para mejorar.  

Hace poco me preguntaba una (mi mejor) amiga qué buscaba yo en una chica. Tengo la sospecha de que empieza a verme muy adulto y me imagina como caso perdido (Pausa. ¿Qué es perdido? ¿No caminar por donde otros, otras, esperaban que hicieras? ¡Sigamos!). En realidad no sé lo que busco, pero tengo clara una cuestión que, a día de hoy, es inamovible. A mí me gustan las buenas personas. Luego, a partir de ahí, va lo demás.

A veces me ocurre que conozco a alguien que responde a unos estándares de belleza ideales según nuestra sociedad y, cuando hablamos, me empieza a (entiéndase correctamente) “parecer fea”. No puedo evitarlo. Deja de molarme. Aunque también viceversa. Quiero decir, puedo tropezar con una persona que me parece más bonita cuanto más me cuenta, cuanto más la entiendo. Me puede parecer fantástica en conversaciones a priori triviales (pese a estar de acuerdo con Eric Draven en aquello de que nada es trivial) y hacer crecer ese deseo de saber más y más (*extender a la gente en general y extrapolar a todo tipo de relaciones). Las personas más bonitas son siempre buenas personas.

Sospecho que tendemos a escuchar más que a escucharnos. Cuando pocas cosas más increíbles que reírte con otra persona nada más verla, sin hablar. Ya saben, esa gente que tiene buena vibra. O que la tiene contigo. Que encaja. Que entiende tu humor. O tus preocupaciones. Y eso lo escuchas únicamente tú. Pienso, sinceramente, que nos tiene que dar igual todo lo externo. Los estereotipos, las presiones. Si estás a gusto, es ahí. Y no hay que darle más vueltas.

En ocasiones conservamos relaciones afectivas o amistades solo por el tiempo que llevamos manteniéndolas. Como si existiera una especie de contrato. Y si todo está bien, perfecto, lo compro. Pero no siempre sucede. Si las cosas dejan de ser bonitas, hay que moverse. Que, mientras, pasa la vida. Mientras a ese tiempo anterior se le sigue sumando más tiempo. Y más tiempo. Y más tiempo… Y luego no hay tiempo.

Si escribo esto hoy quizá sea porque alguna vez malgasté el mío. O porque estuve pendiente de opiniones que no eran la que cuenta (siempre es la propia). Y también porque soy consciente de que hay lugares donde no quiero estar y entiendo (y acepto) que hay sitios a los que me encantaría llegar, algunos de los que no quiero irme y otros en los que quisiera permanecer.

En realidad, no sé a qué viene todo esto. No sé. Hoy. De repente y porque sí. De veras, no lo sé. Solo sé que ojalá tuviéramos más tiempo. Pero es el que es. Así que a lo importante.

PD: Eric Draven es un personaje ficticio de una peli, por si te lo estás preguntando 😉

Por si se me olvida, por si se te olvida…

Juro que esta semana quería hacer muchas cosas, más allá de compromisos ineludibles que tienen que ver con citas médicas, revisión de Mafalda, compra de víveres o una entrevista televisiva que llegó sin avisar. Tenía ganas de ver a mucha gente, de terminar esa serie de la que ya he consumido las tres temporadas anteriores, de subir el nivel de los entrenamientos, de hacer algún pateo. Juro que cuando supe que tendría siete días planifiqué al detalle todo ese tiempo que parecía iba a ser eterno, visualicé situaciones, encuentros, momentos. Si yo quería, de verdad, pero…

Una cosa es lo que tu cabeza te diga que debes hacer. Otra distinta, lo que tu cuerpo necesita. Demasiado estrés últimamente. La mente sobrecargada por un curro que va más allá de la jornada laboral y atrofiada con decisiones que habrá que tomar más bien pronto que tarde. A veces querer no es poder, aunque se pueda.

Quiero que se entienda esto.

Claro que pude hacer todo eso. Seguro. Se habría forzado y fijo que hasta lo hubiera disfrutado. Sin embargo, ¿qué hay de mí? Quiero decir, ¿qué pasa con lo que de verdad necesito, necesitamos en general? No sé a ustedes, a mí este mundo me debe tiempo. Un tiempo que vamos metiendo en el cajón del para luego. Respiros que no tomamos, asfixiándonos después en no sabemos qué, con no sabemos qué. Tiempo no para hacer todo aquello que creemos pendiente, sino tiempo para no hacer nada, para parar, para desconectar un poquito de la vida. Del debo, del tengo que hacer, del me están esperando y del qué van a decir.

Lo siento, mi ser de cuando en cuando exige pausa. Y soltar. Y silencio. Y resetear. Y paz. Y ya.

Ocurre que mientras estamos encima de esa espiral llamada presente no nos detenemos a sentir, a sentirnos. Y al darle al stop llega la avalancha. No sé por qué no duermo bien, si estoy de vacaciones, no sé por qué me siento cansado o cansada, si estoy de vacaciones, no sé por qué este malestar, estas extrañas sensaciones, este dolor de cabeza, esta falta de aire… No sé por qué, si estoy de vacaciones. Pues a lo mejor porque es ahora, en vacaciones, cuando tu cuerpo se permite somatizar. Y no es malo, aunque lo parezca. Lo que ocurre es que no deberíamos necesitarlo.

Hoy escribo porque siento que quizás le he fallado a gente que me importa con la que quería hacer cosas, escribo porque me pregunto por qué no he visto ni un solo capítulo de esa serie de la que hablaba antes, escribo porque me cuestiono qué he estado haciendo estos días. Vaya… ¿Qué he estado haciendo? Bueno, en realidad, lo sé. No he hecho nada. Y he hecho bien. No hacer nada (o hacer nada), cuando toca, es hacer un montón. Es hacer lo que necesitas. Y lamento mucho haber pospuesto los encuentros. De verdad. Pero es que no podía ser. O sí. Aunque no de la manera que, creo, deben darse.

Desconectar para reconectar.

Mañana vuelvo al trabajo. Con un montón de cosas pendientes. Pero vuelvo con menos carga emocional. Sé que no todas las personas funcionamos igual. Y que algunas pueden seguir y seguir y seguir y seguir, hasta el fin de los tiempos. Lo sé porque yo antes era así. Y es algo a lo que no quiero volver. Solía estar de peor humor, solía ser más seco, más áspero. Ahora no me pasa. Y creo, sinceramente, que es porque a veces me tomo mi tiempo. Mi tiempo de ausencia o lo que sea. ¿Saben? No se puede ser simpático o simpática en todo momento, no se puede estar en todo momento, no se puede agradar en todo momento. Pero, sobre todo, no se debe forzar nada de lo anterior. Nunca.

A lo que voy. Está bien no estar siempre operativo, operativa, disponible. Está bien no estar siempre al cien por cien. Está bien cuidar tu salud mental. Porque, en realidad, es de lo que va todo esto. Sí, el objeto final de este pequeño texto es recordarlo, recordármelo, recordártelo. Por si se me olvida, por si se te olvida…

Aprender de un libro, aprender de un animal, aprender de la vida…

Mafalda está ahora mismo entre mis piernas. No debe encontrarse muy bien. Sus problemas estomacales derivados de su lupus han precisado de una inyección esta mañana. Sin embargo, ha querido jugar a la pelota y ahora ha hecho algo muy particular en ella que a mí me da la vida.

Mi perra ha sido un trasto en algunos aspectos. Por ejemplo, todavía, de vez en cuando, me la lía porque no traga a según qué persona o no puede ver a algún perro. Pero tiene dos cosas mágicas desde siempre. La primera es que sabe cuándo alguien se encuentra mal. Y ahí no hay favoritos o favoritas. Cuando tenía novia se acostaba a su lado si la notaba enferma, pasando por completo de mí, y, estando en casa de mis padres, me ha despertado y pedido que le abriese la puerta cuando mi madre no podía dormir por alguna molestia física o algún episodio puntual de ansiedad; nunca por insomnio sin más. La segunda es que no le gusta ver a la gente llorar. Si ve que ocurre, se acercará a quien lo haga y meterá su cabeza entre las manos y la cara de la persona que sea hasta que las lágrimas dejen de caer por sus mejillas. Luego volverá a lo suyo.

Desde el principio he creído que mi perra es especial. No mejor o peor que otras. Especial. Y no digo que sea la única en esa suerte. Diría que todas las mascotas son especiales. Pero ella es especial a su manera. A la manera que yo necesitaba.

De las dos cosas mágicas que he mencionado, hoy ha hecho la segunda. He terminado un libro y no he podido contenerme. A veces me pasa (y no únicamente con libros), reconozco que soy muy emocional y que determinados relatos o ciertas cuestiones me afectan. Así que a veces lloro. Y menos mal, porque es algo sano. Diría que incluso valiente, al contrario de lo que pueda parecer porque la sociología del hombre así lo dictamina. Por fortuna, vamos cambiando estas estupideces, aunque el poso queda. Pero bueno, ndank ndank, que dirían muchos de mis chicos (de ahora y de antes). Significa poco a poco en wolof.

Cuando la que era mi pareja trajo a Mafalda a nuestra casa yo trabajaba organizando el transporte en una empresa de prefabricados. Ahora soy educador de menores. Curro con adolescentes migrantes.  La diferencia entre una profesión y la otra es abismal. Hay un pensamiento recurrente en mi cabeza con respecto a mi perra: ha sabido sacar una mejor versión de mí. Sinceramente, creo que ahora soy mejor persona. A lo largo de todos estos años (en octubre Mafalda hará catorce) he ido pasando por situaciones que no entendía, pero en verdad necesarias. Con ella a mi lado, enseñándome a ser paciente, comprensivo, empático. De modo que esas situaciones las he ido encarando cada vez de mejor manera (creo). A veces pienso que antes era un poco gilipollas. Habrá quien todavía lo piense. No pasa nada, está en su derecho. En el pasado me enfadaba por estupideces o mentía para evitar problemas, discusiones o, en el peor de los casos, aparentar (vaya idiota, ¿eh?). Si me he enfadado contigo o te he mentido, que sepas que ya me he dado el sermón yo solo. Y me he perdonado. Molaría que hablásemos, pero no pasa nada si no lo hacemos. Ojalá te vaya bien. Seas quien seas. De verdad.

Esto es algo importante. Aprender a perdonarse. Igual otro día tocamos el tema. Por lo pronto, diré que el perdón en uno mismo o en una misma es vital. Es volver a respirar. Es saber soltar lastre. Y liberarse. A menudo esperamos al perdón ajeno. Pero este no siempre llega. Porque no todo el mundo es como te gustaría que fuese o tiene ganas de aclarar las cosas. Y no se puede vivir con ese lastre todo el tiempo. Por eso tenemos que aprender a perdonarnos, más que a que nos perdonen.

El libro que he acabado es Hermanito, de Ibrahima Balde y Amets Arzallus Antia. Que yo pasaba por aquí a contar algo al respecto y después me he enrollado. En ocasiones la gente me pregunta por lo que hago, por qué digo que, no siendo yo importante, mi día a día sí que lo es. También pasa que leo en redes sociales o en según qué medios gilipolleces sobre la migración. Yo no puedo contar los casos de los menores con los que desempeño mi profesión. Pero conozco historias que estremecerían a cualquiera. La cuestión es que, como no puedo hacerlo, te voy a recomendar esta lectura. Con toda mi alma. Quizás así entiendas un poco mejor de qué va la vida. Y no hablo sólo de la de la gente que migra. La vida, en general.

El libro apenas alcanza las 130 páginas en tres partes diferenciadas y se lee muy fácil, así que no te va a costar. Si eres de esas personas que compran discursos de mierda sobre migración y después de leer el relato de Ibrahima no varías tu pensamiento, puedo afirmar, sin temor a equivocarme, que además de ser muy ignorante, cuando te armaron se dejaron el corazón en la caja.

PD: mil gracias a los autores. Y a la editorial.